domingo, 19 de enero de 2014

Life...

Este es el rinconcito donde me desmeleno, donde dejo todo lo que llevo en mi maleta y que me molesta, donde soy yo completamente sin cuidado respecto a lo que puedan pensar otros, es mi lugar, mi cuarto del pánico, donde me hago una bolita hasta que el miedo ha pasado....
Hace mucho que afortunadamente no tengo que venir por aquí, es una pena para los que tienen ganas de leer cosas y estupideces mías nuevas, pero para mi, el no venir por aquí implica que me siento bien, que no tengo nada en la cabeza que no me deja dormir, que ni me circulo ni me triangulo (?) tan solo soy (si se puede decir así) feliz.
Han pasado cosas tristes en mis últimos días, son tristes para llorar, pero no creo que aporten el mismo daño que otras cosas que no me ocurren.... Quizás lo peor lo espero y no me afecta tanto que lo pequeño inesperado, que esa pequeña astilla que eres incapaz de quitarte y que te fastidia día a día. Las grandes heridas se curan con paciencia, a menos que las infecten en exceso, pero las pequeñas se infectan solas, sin necesidad de que nadie entre a decir gilipolleces que matan, estrujan y cuecen a la plancha.... En ocasiones no se sabe que es peor si sufrirlo o verlo sufrir...

Hay momentos en los que te preocupas por estupideces, por poder cantar matarilerilerile, y ver como tus llaves reposan en el fondo del agua... Pero ahí está la vida para mostrarte cuan gilipollez es, que te clava un cuchillo por la espalda, que notas como la fina lámina de acero entra rasgando todos los tejidos hasta mancharse entero de sangre, y ves que eso es la vida, la suerte, la gente la que lo hace, y no lo puedes remediar. Y entonces es cuando te das cuenta de que en el fondo tener apuñalada la espalda no importa, puede que, por algo menor, haya un enfermo en la sala de espera del tiempo que esté mucho peor... Y ahí apuñalada estás siempre, tanto para sonreír como para llorar, no importa la cantidad de lanzas, flechas o cicatrices te queden de lo que llevas de vida, no importa cuántas menos o más tenga el de al lado, ya que en la sala de espera del tiempo todos esperan a que cuando les toque la cita ya estén curados. Y curarse se puede solo, pero sin ayuda de buenos zapatos y calcetines no se puede seguir esperando, el frío entra por los dedos y se reparte por todo el cuerpo congelándote hasta que algún calcetín abandonado decide unirse a echar una mano. Yo tengo suerte de poder ir calzada y de poder calzar a otros que lo necesitan, y de poder estar en la sala aguantando todo lo que llueva y todo lo que intenten matarnos, porque la constancia puede con las lanzas, puede quitarlas cual enfermero e intentar sanarlas, pero tan solo el tiempo y los pies abrigados pueden completarlo.

Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?

Cuando la trémula mano
tienda próximo a expirar
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?

Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral),
una oración al oírla,
¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa.
¿quién vendrá a llorar?

¿Quién en fin al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?
Gustavo Adolfo Bécquer