viernes, 28 de octubre de 2016

A veces me pregunta

Y a veces me pregunta, intrigado, con esos ojos curiosos que se le ponen cuando está preocupado, con esa cara de pena por no haberme visto por aquí en un tiempo, cuando hace mucho que no le cuento mis más internos sentimientos. A veces me pregunta, no por cotilleo, ni curiosidad, me pregunta por preocupación, por saber si mis mayores miedos se cumplieron, si realmente vi lo que no quería ver que venía, si realmente la tormenta se me echó encima, si aquella nube de arena venía hacía aquí y no se desvió hacia el oeste lejano. A veces con unas simples palabras me pregunta:

- ¿Y realmente llegaron a cambiar?

Y se me cae el mundo entero, me derrumbo ante él, con los ojos vidriosos de pena a la vez que felicidad, cuando una lágrima recorre la piel de mi cara soy capaz de decirle:

- Por supuesto que cambiaron, por supuesto que todo se volvió negro, por supuesto que todo ha cambiado desde entonces, por supuesto que me asusto por lo que pasó y por el hecho de que sabía que iba a pasar algo así. Pero sin duda lo que más me asusta es que no pasó como pensé que iba a suceder.

Se me encoje el pecho, el recuerdo de esa angustia continua me deja sin ganas de comer, el recuerdo de es sentimiento, como cuando jugando al jenga coges una ficha segura, que crees que es sencilla de sacar, pero de repente cae la torre entera, ese sentimiento de que todo tu mundo se ha derrumbado, de que tan solo queda la ficha que tienes en la mano sujeta, de que quizás solo siga porque la tienes agarrada por ahora, todo se vuelve negro.
Me mira extrañado, ¿por qué nunca le he contado tal cosa?, ¿por qué estando como he estado ni me ha visto aparecer por aquí?
Le miro atentamente, quitando esa lágrima de sangre que me escuece en el pecho:

-Nunca he estado preparada para dejarte ese máximo pensamiento aquí, no podía dejarlo plasmado para que desapareciese de mi mente, estaba cosido, me dolía tenerlo conmigo pero era incapaz desprenderme de él. Me ha cambiado, me ha trastocado, le he dado mil vueltas a la habitación para poder encontrar la ventana abierta, pero ha sido una tormenta fuerte, de esas de invierno en las que la nieve no deja ni ver, no puedes abrir la puerta para salir fuera a dar un paseo, no puedes abrir las ventanas para ventilar, sientes frío de no tener ni una chimenea que te de luz olor y calor, no sabes ni si ha dejado ya de nevar... Simplemente ahí, encerrada en tu propia cabaña, sin más que la tenue luz de una vela que está a punto de consumirse, con ese olor de llevar días cerrado, olor a mañana, a tu propio sudor de la noche acumulado a lo largo de los días, olor a cerrado con un toque de humedad, huele mal, es incómodo y frío estar ahí, pero no encuentras como poder salir.
Sola, con simplemente la conversación de aquellos que desde fuera llaman por tu nombre para intentar, sin conseguirlo, ayudarte a salir. Escuchas voces de fuera, gritos, porrazos en la puerta.
Escuchas una dulce voz que te habla, aunque no escuche tus gritos de agonía ya que la nieve prohíbe a las ondas sonoras salir. Pero sin embargo esa voz sabe que estás ahí, te tranquiliza y a través de un mísero hueco que queda en tu cabaña ha escarbado en la nieve y es capaz de tenderte la mano. Sabe que puede que se le congele el brazo en el intento, pero no le importa, se arrastra empapando la ropa que le impide sentir frío, sabe que pronto empezará a perder calor corporal, pero es un riesgo que le merece la pena correr, te tiende los dedos para que le puedas sujetar la mano. Al principio con miedo te acercas, ¿y si le aprietas la mano más de la cuenta? ¿ y si le duele que le cojas la mano, que te la acerques a los labios para besarle, para expresarle el agradecimiento de lo que está haciendo por ti? ¿y si sin darte cuenta le haces daño? Te mantienes distante aunque sientes que una fuerza te empuja a tener un mínimo contacto con otro ser humano, sin embargo la voz te habla suavemente, mueve los dedos intentando alcanzarte a toda costa, te acercas, y como quien no quiere la cosa, le rozas. En ese momento se agarra fuerte, tanto que hasta sientes que te aprieta, y ves que la pared de la cabaña se empieza a caer. Sientes miedo, te va a aplastar, e intentas huir, pero esa mano te tiene sujeta, no te deja alejarte, la pared va cayendo hasta que antes de llegar a tu cabeza se vuelve polvo, y el viento de la tormenta se lo lleva hacia ella. Todo a tu alrededor por un momento empieza a derrumbarse del mismo modo, incluso la tormenta se empieza a desvanecer, tan solo quedáis tú y el dueño de la mano a la que sin darte cuenta te aferras con demasiada fuerza. Cesas un poco por si le estás causando dolor, él se acerca, y sientes el calor de su cuerpo, la energía que desprende, su olor va inundando toda la escena, te sumes en un abrazo olvidando todo lo que te rodea. En ese instante no queda nada, es todo vacío, solo sois tú y él pegados, abrazados, y apoyando la cara en su pecho te deleitas en el momento según marca el compás de su corazón.


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